Yo, en primera persona
- Annie
- 2 abr
- 1 Min. de lectura
Hay días en los que todo afuera se mueve rápido. Hay ruido, pantallas, demandas. Nos dispersamos, nos diluimos.
Y entonces aparece el anhelo:
Detener. Escuchar. Regresar.
Tener citas conmigo misma es un acto radical de amor. Una pausa sagrada donde no hay expectativas ni metas. Solo presencia. Solo yo.
Es regalarme tiempo sin testigos. Elegir un espacio, encender una vela, preparar algo rico, escribir, mover el cuerpo, salir a caminar sin rumbo, observar los colores del cielo. A veces es silencio. A veces es llorar. A veces es bailar como si nadie mirara, porque nadie mira. Solo yo, y eso basta.
Este tipo de encuentros no se trata de productividad ni de rendimiento. Se trata de recordar quién soy cuando el mundo se apaga por un momento.De volver a habitarme con suavidad.
Algunos beneficios invisibles (pero reales):
Autoconexión: Escuchar la voz propia sin interferencias.
Regulación emocional: Espacios seguros para sentir y soltar.
Creatividad: El juego y el arte emergen cuando hay libertad.
Autoestima: Validar que soy suficiente tal como soy, sin compañía externa.
Recarga energética: Alejarme del ruido para volver más centrada, más clara.
Las citas conmigo misma no tienen horario fijo ni estructura obligatoria. Son encuentros intuitivos. Un compromiso con mi bienestar interno, tan importante como cualquier reunión o promesa que haga afuera.
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